La ingeniería, más allá de los algoritmos, los planos y las ecuaciones, es un arte profundo que nace con la misma humanidad, cuando una piedra se convirtió en herramienta y una chispa se hizo fuego.
Hoy, en la encrucijada de una sociedad hipertecnificada y una ciudadanía sedienta de sentido, el ingeniero que entra al servicio público no puede limitarse al cálculo estructural o al dimensionamiento técnico: debe tallar soluciones como un escultor talla el mármol, con sensibilidad, con propósito, con ética.
Porque cada puente, cada semáforo, cada sistema de información o alumbrado público es, en el fondo, una declaración de amor a la vida en común.
En palabras de Ortega y Gasset, “saber mucho de una cosa e ignorar las demás” es una forma peculiar de brutalidad; por eso, el ingeniero del presente debe integrar en su mirada las humanidades, las artes, las ciencias sociales y la historia del lugar que habita.
Servir desde la ingeniería es cultivar la belleza perdurable que no se mide en metros ni kilovatios, sino en calidad de vida, equidad y dignidad.
Es comprender que los problemas técnicos son también sociales, políticos, culturales, profundamente humanos. Y que el diseño de una red de transporte o de datos es, en realidad, una obra abierta a la interpretación simbólica, una coreografía urbana en la que participan millas de cuerpos en movimiento.
“El arte de servir implica mucho más que cumplir funciones: es representar el rostro humano del Estado”, reza una sentencia que debería estar inscrita en cada escritorio de la función pública.
Así, la ingeniería vuelve a ser lo que siempre fue: cultura en acción, una herramienta poética para transformar el mundo. Y, como todo arte auténtico, exige pasión, escucha y respeto por quienes la inspiran: las personas.
Es así como nuestro Pereira, cuna de civismo y memoria viva, nos recuerda que servir implica mucho más que ejecutar tareas, es asumir un compromiso profundo con lo colectivo.
En esta ciudad forjada por sueños compartidos y esfuerzos silenciosos, cada decisión pública puede convertirse en una expresión ética, cada solución técnica en un gesto de humanidad.
La inteligencia urbana se revela cuando la tecnología se integra con sensibilidad, cuando los datos se interpretan con sentido y cuando el progreso se alinea con los anhelos ciudadanos.
Por lo tanto, imaginar a Pereira como ciudad inteligente es proyectarla como un territorio de conocimiento que transforma realidades, la innovación se traduce en equidad y la infraestructura refleja el alma generosa de sus servidores públicos.