Hay refranes que envejecen mal,. Pero —Cuando veas las barbas de tu vecino cortar…— es fiel reflejo de las tensiones entre la vecina República Bolivariana, y Trump. Mientras Estados Unidos mueve barcos, aviones y músculo militar alrededor de Venezuela, Colombia observa. Mientras la temperatura sube, Petro decide que la mejor estrategia es acercarse al fuego y apoyar al vecino.
Mientras Washington cierra el espacio aéreo venezolano y afila su postura, Colombia ha optado por la diplomacia del afecto. Petro —primer presidente de izquierda, desmovilizado de lo que era el M19 y ahora influencer geopolítico— ha decidido que la afinidad ideológica con Maduro es más importante que cualquier cálculo estratégico. Y lo hace justo cuando Estados Unidos, ese país con el que llevamos décadas de cooperación, decide que ya tuvo suficiente paciencia con Caracas.
La actividad militar estadounidense en el Caribe no es un ejercicio de yoga naval. Es una advertencia seria. El cierre del espacio aéreo venezolano, las alertas a las aerolíneas y la actividad militar son alertas que cualquier preocuparían a un gobierno sensato. Las playas del Caribe arden mientras Petro usa bloqueador solar que aspira lo proteja del desplome diplomático.
Trump, el nuevo tirano de la política internacional, con su estilo facilista trata de resolver conflictos con un pragmatismo que roza la simpleza. Afirmó que acabaría la guerra de Ucrania en un día, después de dos años de negociaciones la guerra continua. El conflicto entre Palestina e Israel ha mostrado los límites de la diplomacia y poder de Washington. Pero esos conflictos son más complejos, costosos y políticamente agotadores que cualquier acción militar contra Venezuela.
Para Trump resolver lo de Venezuela sería como cambiar una llanta: una tarea molesta, rápida en comparación, pero de mecánica no de negociación diplomática. Maduro manifiesta su admiración por el discurso de Petro en la ONU en el que defiende las acciones del líder venezolano y repudia una acción militar. El resultado: Estados Unidos sanciona al presidente colombiano, a su esposa y a varios miembros de su gobierno. Todo esto es un impase menor, según la Casa de Nariño, que insiste en que todo es un malentendido diplomático. Mientras tanto, Washington toma nota. Y no precisamente para enviarnos una tarjeta de Navidad.
Las empresas huyen de China como náufragos del Titanic, La desglobalización es el evento de moda y Colombia ni se molesta en asistir: Estados Unidos busca aliados confiables y a su vez aparecen nuevos protagonistas como India, Indonesia, Emiratos y Arabia Saudita. El puerto de Chancay en Perú será el mas grande en Suramérica. Construido con participación de inversión privada de Hong Kong se perfila puente entre Brasil y Asia. Qatar construye en Ruanda un aeropuerto en medio de la nada, pero que será el hub más grande del África. Sin embargo, Colombia vuelve a decir “yo paso” a otra revolución política y tecnológica global, un nuevo orden mundial que podría finalmente transformar el engranaje económico nacional.
Rusia, Irán, Corea del Norte, Nicaragua y Honduras son los nuevos aliados políticos o comerciales de Colombia; se confía la construcción de infraestructura critica para el país al gobierno de China.
En décadas pasadas la embajada del país en Washington era un corredor de poder con creciente influencia diplomática esa solidez desapareció. Colombia, a pesar del conflicto armado, atraía inversión por su estabilidad institucional; Los líos entre el poder Ejecutivo y el Legislativo en las cortes, la presión sobre los organismos de control y la polarización creciente han debilitado la estabilidad que protegía la industria de cualquier capricho presidencial Pero cuando la región vive una tensión geopolítica seria, Colombia decide experimentar con una ruptura institucional que resembla una revolución marxista bolchevique.
Por su lado política exterior de Trump no responde a ninguna escuela filosófica. Es una mezcla de Utilitarismo victoriano y el Pragmatismo académico del siglo XX, pero sin ideales o reglas. El lema Utilitario “América primero”, significa: lo que es bueno para Estados Unidos es bueno para el resto de la humanidad. En esto no hay doctrina, solo instinto. Es una mezcla de intuición, cálculo inmediato y la meta eterna de Trump: ¿qué gano yo? América es su marca registrada.
En ese marco, Colombia ya no es un aliado. Y si Petro se convierte en un obstáculo, será tratado como tal. Sin drama, sin poesía, sin comunicados largos. La imposición de aranceles que produce resultados inmediatos es el nuevo modelo de negociación con Estados Unidos.
Si Maduro es depuesto Colombia no respiraría tranquila. Venezuela resultará con un gobierno creado a imagen y semejanza del todopoderoso gobierno de Trump. Un nuevo líder con la venia del Pentágono no verá en Colombia un aliado. No firmará acuerdos comerciales, la frontera continuará en litigio y los millones de venezolanos en Colombia no desaparecerán mágicamente. El Tren de Aragua tampoco se tomará vacaciones.
Pero no todo es negativo si Estados Unidos decide intervenir en Venezuela. Colombia puede estar tranquila: no somos un objetivo estratégico: no tenemos petróleo, no tenemos gas, no tenemos litio, uranio enriquecido, ni otros minerales raros y, para ser sinceros, tampoco tenemos un gobierno que valga la pena derrocar.
Esa irrelevancia estratégica es casi un privilegio: mientras le inminente crisis se concentra en Caracas, nosotros podremos seguir discutiendo si el café del Congreso debe ser orgánico o si Petro debería tuitear menos. Al final vemos el incendio al lado, ponemos las barbas a remojar y nos tomamos un café. Porque si en Colombia algo sabemos, es mirar el desastre ajeno y pensar que eso aquí nunca pasa… hasta que pasa.
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Marlon Mejía es ingeniero industrial de la Universidad Tecnológica de Pereira, especialista en negocios internacionales y posee una Maestría en Transport Aéreo de la Universidad de Cranfield. Previo analista en las principales consultorías de Aviación como Cirium en Londres y mba Aviation en Washington. Pereirano declarado, reparte su tiempo entre la Ciudad y su hogar en Londres. Columnista de GQ Tu Canal
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