UNA LECCIÓN DE HONOR

​En una ceremonia llamada Seppuku, los señores japoneses, en un ritual solemne, cometen suicido, algo mejor conocido en occidente como Haraquiri, lo que es o una forma de protesta o una cuestión de honor, la cual obliga, si algo más preciado que la vida se pierde.

​Honor, dignidad, apego a la verdad sin orillas, no son simplemente palabras, son parte fundamental de vida para muchos, principios y valores a los que son ajenos los traidores, los corruptos, los mentirosos, aquellos para quienes para conseguir lo que ambicionan acuden a todas las formas, incluso las más vergonzosas, como aquella de correr los linderos de moral, o los trapecistas de los partidos, aquellos lambones que logran poder y riqueza cambiando de trinchera.

​En la sesión final de un juicio en la JEP, se dio el siguiente diálogo: “por última vez, esta magistratura le pregunta al coronel retirado Mejia: ¿acepta usted los cargos?, proceda usted coronel. Responde el implicado: honorables magistrados, gracias por las garantías y la forma como adelantaron este juicio, distinguida audiencia, víctimas, no soy su victimario. Que fácil, honorables magistrados, hubiera sido decir ya pagué diez años, lo máximo en la JEP son ocho, acepto.

Pero entre hacer lo que me conviene y hacer lo correcto hay una diferencia bien grande.

En estos 19 años de procesos perdí mi carrera, estuve diez años preso en detención preventiva, perdí todo lo que me es querido, me aporrearon, maltrataron a mi familia, me cerraron todas la posibilidades de trabajo, me llevaron a la Picota estando uniformado como coronel, ha sido un viacrucis; pero después de haber perdido eso me quedan tres cosas: una la verdad, dos mi honor de soldado de Colombia, tres mi dignidad de ciudadano y eso no es negociable, no acepto los cargos honorables magistrados.”

​El coronel había sido juzgado y condenado por la justicia a pena de prisión; después de años de litigio se acogió a la JEP. El coronel Mejía sabía que era fácil decir acepto y así lograr la libertad inmediata, puesto que la JEP es una justicia diseñada para dar impunidad o penas mínimas a los culpables de los más horrorosos delitos, simplemente con decir sí delinquí, pero optó por el no, lo que costó recibir una condena a veinte años de privación de la libertad.

No registramos condenas para los alzados en armas, solo las hay para los soldados y policías, muchos de ellos aceptaron el trueque de decir si a los cargos, a cambio de borrón y cuenta nueva.

Estamos esperando que, a pesar de haber transcurrido años desde ese 15 de marzo de 2018 cuando empezó a operar ese tribunal, seleccionado con la aprobación, nombre por nombre, de las partes que firmaron el acuerdo de La Habana, empiece a presentar decisiones sobre los comandantes responsables de miles y miles de asesinatos, secuestros, reclutamiento de menores, bombas y destrucción de poblaciones y hasta de aterrorizados civiles refugiados en templos o indefensos en sus casas.

​ La actitud del coronel muestra dos cosas, la primera respeto a sus jueces y al procedimiento, no les reprochó por las consecuencias de su actitud, y de otro lado prefirió pagar pena por su declaración y no cambiar mancillar su honor, su dignidad y la verdad por una libertad a costa de lo que para él es lo más preciado.

​No pretendemos ni conocemos los detalles de lo acontecido, lo que si registramos es una actitud que, a nuestro juicio, es algo que nos hace falta: gente, funcionarios para quienes el honor y la dignidad estén por encima de cualquier otra consideración.

El camino de conseguir paz y honestidad, cuando ellas la una y la otra, como decían los viejos, refiriéndose al amor, que ni se compran ni se ruegan.

Estamos viviendo la francachela y la abundancia de lo contrario de lo que declaró defender el condenado coronel Mejía, no encontramos ni honor, ni verdad, ni dignidad en un gobierno que supera con creces los mismos males que prometió cambiar.