En mi calidad de presidente del Senado de la República, a raíz de la crisis del proceso 8.000, con el propósito de argumentar que los ciudadanos colombianos no deberían ser las víctimas de lo ocurrido, visité a los Estados Unidos, donde me reuní con varios congresistas.
Igualmente, en el parlamento inglés donde tuve la oportunidad de dirigirme a esa corporación. Y finalmente conocí al presidente Mandela, en Seúl, Corea, prisionero político durante tantos años, condenado por jueces de su país; Sócrates, acusado de pervertir a la juventud, también condenado por dispensadores de justicia y por qué no recordar el “Yo acuso” la carta dirigida por Émile Zola, al presidente de la República Francesa, protestando por la inequidad cometida contra el oficial de artillería Alfred Dreyfus, acusado de traición a la patria, nota que se convirtió en “el símbolo moderno y universal de inequidad en nombre de la razón de Estado”.
La historia recuerda a las víctimas, no a quienes investidos de autoridad dispensaron injusticia.
En mi concepto Uribe es un preso político, resultado de un proceso político, las razones están al canto: tanto el principal acusador, como el encartado, son políticos activos; de la misma manera los partidarios de uno y otro representan los extremos del espectro de la opinión, y para rematar la juez, en su fallo, hace elogios inmensos a los acusadores y descalificaciones, con adjetivos insultantes, a los testigos de la defensa o las continuas referencias al poder político del acusado, a las cuales se debe agregar el de omitir esa misma condición del senador sentado al lado de la fiscal, expresiones más de un discurso de plaza pública que de una consideración jurídica
A todo ello se suma quienes celebran el fallo: las FARC, el Pacto Histórico, los funcionarios del actual gobierno quienes actúan como víctimas e incluso Diosdado Cabello, el Goebbels del dictador venezolano y en el otro extremo, aparte de los del Centro Democrático y otras corrientes políticas, los juristas, expresidentes y hasta los congresistas Republicanos de los Estados Unidos.
Todas las opiniones deben ser respetadas; lo respetable es el derecho a opinar, no así las ideas que se expresan; así se tiene derecho a decir que una raza es superior, como sostenía Hitler, pero tal opinión no lo es; extendiendo ese criterio, compartimos el reclamo de que las instituciones se tienen que respetar, así como la independencia de los poderes públicos, sin embargo, una cosa es la entidad justicia y otra quienes la ejercen, seres humanos a quienes una toga no los hace ni infalibles ni inmunes a sus prejuicios y tenencias políticas, por esa razón sus condenas o absoluciones son una cosa y el respeto por la entidad justicia es otra.
La imagen de la justicia vendada y sosteniendo una balanza, puede no darse con frecuencia muy repetida en nuestro entorno.
Un fallo de mil páginas escrito a razón de 9 páginas por hora, hace que muchos duden que resultara del puño y letra de la juez; entre algunos indicios como por las dificultades para leerlo y el dar por cierto lo que el testigo estrella de la acusación negó.
Es difícil aceptar como prueba un reloj grabador y su contenido, a pesar de la inexistencia de una cadena de custodia, más cuyo contenido incompleto se trasladó a una memoria electrónica o el haber legitimado unas interceptaciones ilegales y las inviolables entre una persona y su abogado.
La togada incoa acusaciones al asumir que todos los testigos de la defensa son delincuentes despreciables, quienes mintieron bajo la gravedad del juramento, entre ellos: el padre y el hermano de Monsalve, los dos fiscales y el procurador que no encontraron una sola prueba para enjuiciar a Uribe, todos, según ella, incurrieron el engaño premeditado a la justicia.
Curioso que el acusado fuera determinador de gravísimo delito por ofertas que nunca se hicieron realidad, mientras que solo fueran atenciones humanitarias lo que si lo fuera: las mensualidades, la trasformación de una celda en un club festivo, la finca y las residencias en los países capitalistas, las conversaciones desaparecidas en la caída de un teléfono y los testigos perdidos, hacen que desgraciadamente cada vez son más quienes no le creen a los togados.
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Juan Guillermo Ángel Mejía es ingeniero industrial de la Universidad Tecnológica de Pereira. Exalcalde de Pereira y exsenador de la República. Es un pereirano de todas las horas y columnista de GQ Tu Canal
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