LA FIGURA DE ÁLVARO URIBE Y LA DEMOCRACIA LIBERAL

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No estoy en este momento en Colombia de cuerpo presente, pero estoy conectada todo el tiempo con lo que pasa en mi país y en mi región; desde el derrumbe último que incomunica nuevamente a Balboa (Risaralda), hasta los combates que libró el ejército la semana pasada con el Clan del Golfo en Belén de Umbría (Risaralda), inquietante avanzada de la ilegalidad contra el remanso de paz del Eje Cafetero.

Y, por supuesto, he seguido en directo el minuto a minuto del juicio al expresidente Alvaro Uribe Vélez, en este momento de su desarrollo en donde, renunciando al derecho que le asistía a guardar silencio, ha decidido relatar de viva voz, y en defensa propia, cómo vivió él todos estos episodios.

Siguiendo las intervenciones de Alvaro Uribe y su abogado defensor, me pregunto constantemente el significado de este juicio para la vida de la joven nación colombiana y sus instituciones.

Todo lo que atañe a lo humano está cargado de simbolismos, y, en mi criterio, este juicio al Expresidente Uribe es trascendente a la nación colombiana. Lo es hoy, sobre todo dadas las circunstancias en que se desenvuelve, con un país atemorizado y aterrado todos los días con la práctica del escándalo permanente como forma de gobierno, con todas las consecuencias que ello trae para la economía y la estabilidad de la vida social; pero con toda seguridad lo seguirá siendo con el paso de los años.

La figura de Alvaro Uribe, como la de todos los hombres de grandes realizaciones, provoca amores y desamores de una intensidad que raya con la obsesión. Intuyo que ni a él mismo le gusta el servilismo y la falta de carácter político de algunos de sus copartidarios, como, al tiempo, resiente enormemente las consecuencias de esa virulencia obsesiva con que lo acosan permanentemente sus contradictores.

Pero es la vida que le tocó vivir, y si algo ha quedado demostrado en este juicio es la fortaleza espiritual, muy por encima del promedio, de la que está forjada su identidad. Un hombre que, pese a sus yerros, sabe enfrentarse a las situaciones adversas y sacarles un provecho colectivo.

Estas largas jornadas de interrogatorio en donde se ha hecho recuento de la historia reciente de Colombia, no solo lo benefician a la defensa.

Volviendo al componente simbólico, el Expresidente nos muestra a los colombianos cuánto hemos avanzado en nuestra vida democrática, encarnando él mismo los valores de la democracia liberal, sometiéndose a la justicia.

Ese fuego interior que lo impulsa a dar todas las batallas, incluso aquellas oprobiosas, y a salir airoso, es el mismo que le da la fortaleza moral para hacerlo dando la cara, exponiendo sus argumentos de una manera que, no sé si quienes lo acusan no pudieron preverlo, le ha proporcionado una oportunidad única para mostrarse como el líder político que respeta y acata por excelencia las instituciones, el aparato de justicia, la fuerza pública, etc.

Y lo ha hecho con la mirada en alto, con gallardía, con claridad y lucidez, con valor civil, marcando un enorme contraste con la figura del actual presidente.

La actitud del Alvaro Uribe acusado lo presenta, más que nunca, como lo opuesto a lo que Petro representa que, dicho sea de paso, es más peligroso para Colombia y de más largo aliento que su infortunado paso por la presidencia de nuestro país. Lo que presenciamos en este juicio, su contenido simbólico, es la diferencia entre el respeto y el menosprecio, entre la diligencia y la negligencia, entre la pulcritud y el descuido, entre el ánimo constructivo contra la obsesión destructiva, entre el orden y el desgreño, entre la claridad y la ocultación, entre una cierta humildad contra la arrogancia escondida en un marcado complejo de inferioridad.

Frente a la agresividad y la inmoderación del actual presidente, la figura de Alvaro Uribe se erige como un gran conciliador. Y aunque esto pareciera imposible hace apenas unos años, hoy es una realidad que se acerca mucho a lo que requiere el país: una voz que guíe la necesaria unión en procura del rescate de las instituciones y su continuidad en el largo plazo.

Lo que esperamos los colombianos es ver a líderes, al menos uno, que parezca que tiene lo que se requiere para ser presidente entendiendo la dignidad de su posición. Es decir, que hable desde propuestas fundamentadas y sin acudir a los insultos o a los gritos, que interprete las necesidades de las distintas clases que componen nuestra sociedad y que sepa hacerse ver como la persona capaz de darles soluciones reales; y, sobre todo, que les hable a los colombianos y no solamente le conteste a Petro.

Alvaro Uribe en este juicio está mostrando un camino a los que quieren ser presidentes de una nación tan compleja como la colombiana, para que sepan que deben renunciar a las pretensiones maximalistas de estar de acuerdo en todos los postulados, y más bien reunirse en torno a acuerdos sobre mínimos posibles; y, por el bien del país, hacerlo con tolerancia, conocimiento, entereza, fortaleza de carácter, y decisión.
Porque, vale la pena que todos los colombianos nos preguntemos: ¿de qué sirve resguardarse en la propia trinchera ideológica, con cada uno de sus pequeños resquicios doctrinarios, si nos enfrentamos al riesgo inminente de perder el país?