La historia de la política está plagada de casos de transfuguismo, aquellos políticos con mandato de representación de sus electores, que en ejercicio del poder cambian de bando, lo que en lenguaje verdulero se le dice “voltearepismo”.
Al momento de escribir esta columna, el Congreso de la República tiene al borde de la aprobación la Ley de Transfuguismo, traigo a colación algo de historia de ese modelo de doble moral política que, como se suele decir de los políticos voltearepas, tienen tanta moral que la tienen doble.
Y cae como anillo al dedo, justo ahora cuando vemos cómo algunos “padres de la patria” son estadistas en Bogotá y gamonales en los territorios donde están sus votos. Y cuando algunos se dan el lujo de hacer filibusterismo electoral diciendo que son “oposición de frente”, pero reciben puestos y mermelada por debajo de la mesa.
En materia de transfuguismo, recuerdo dos casos famosísimos. Uno, en plena Revolución Francesa cuando en la Asamblea Nacional existían los jacobinos y los girondinos, dos bandos políticos bien definidos como voceros de la burguesía.
En esa mazamorra revolucionaria estuvo nada más y nada menos que el célebre Joseph Fouché, personaje que el gran escritor austríaco Stefan Zweig llamó “El genio tenebroso” escrito desde los riñones, que es donde nace el alma de quien así describe a semejante ejemplar de la especie humana que gobernó con Napoleón, sin él y contra él.
Pues bien, vaya si Fouché es históricamente el modelo perfecto de transfuguismo porque nunca votaba hasta que no contaba los votos, de tal manera que siempre estuvo con el ganador.
El otro caso no menos famoso es del genial político de Winston Churchill, quien siendo miembro del parlamento inglés (creador de la democracia moderna), en medio de un debate sobre los riesgos del poder de Hitler, se dio el lujo de pasarse de la bancada de su partido a la bancada del partido contrario. Alguien le gritó desafiante que se iba del partido. -“Yo no me voy, ustedes son los que se quedan”- repentizó.
La clave de la Ley de Transfuguismo es que ya no habrá que esperar a que pase un año para abandonar las toldas que lo eligieron. Al respecto, la representante a la Cámara Marelen Castillo, autora del proyecto, expresó: «Es necesario generar este espacio de libertad democrática. Debe existir mayor coherencia entre lo que se promete y lo que se hace». Otro congresista dijo que “Estar siempre en el mismo partido es estar capturado políticamente”.
¿Qué dirán los furibundos seguidores de nuestros desvencijados partidos políticos? ¿Y las miles de víctimas de la sangre derramada por la violencia política? ¿Se debilitarán aún más los partidos tradicionales?
Con ese proyecto de Ley de Transfuguismo, es evidente que los jefes de los partidos ya no controlan a los varones electorales y que las microempresas electorales tienen intereses muy diferentes a los destinos de las ideologías y de los partidos.