No recuerdo haber asistido a un partido de fútbol en el que antes del inicio del juego, un entrenador salga con su esposa y dos pequeños hijos a saludar y recibir los aplausos esperanzados y plenos de confianza de más de 20 mil personas.
Hasta el buen clima salió a disfrutar del estupendo partido entre Deportivo Pereira y Deportivo Cali la noche de este martes en el Estadio Hernán Ramírez Villegas, casi lleno para recibir al técnico venezolano Rafael Dudamel.
Fue Dudamel con su carisma quien desde la raya, llenó el estadio y el corazón de los pereiranos. Es poco creíble que los hinchas fueran a ver al otrora glorioso y de tiempo acá, alicaído Deportivo Cali. Tampoco se llenaron las tribunas para ver al Pereira, excepto las de Lobo Sur que siempre están atiborradas y vibrantes con su carga de contagiosa energía positiva.
En los pasillos del estadio, antes del partido, se sentía el presagio de algo diferente. Fue una extraña sensación de fe ajena de ingenuidad que se materializó desde el pitazo inicial.
Con Dudamel en la raya, las cosas cambiaron. Empatía con el público. Sintonía con los medios. Asertividad con los jugadores y directivos.
Fue una gran noche la del martes y -como con la vida misma- se puede ganar o perder. El fútbol es impredecible, pero es intuitivo como lo fue Dudamel al darle la titular de centro delante al joven Samy Merheg quien le dio a él y al estadio, la alegría del gol y el ejemplo del esfuerzo y el sacrificio.
O cualquier cosa extraña y ajena al fútbol puede suceder, pero, desde el principio, siempre es mejor tener fe, confianza y seguridad.
Me hubiera gustado que todos los políticos y gobernantes de Risaralda hubieran estado el martes en el estadio de Pereira (vi algunos), para que pudieran percibir y entender que es la generación de confianza, conexión y cercanía con los públicos objetivos como se allanan los caminos hacia el éxito y los buenos resultados.