Los congresistas olvidan que cuando son elegidos, más que una curul para usufructuar puestos públicos y gabelas, lo que tienen es un mandato de representación popular.
El senador Juan Pablo Gallo ha salido a defenderse de las acusaciones que Vargas Lleras, W radio y las redes sociales le vienen señalando de haber caído en la trampa de la deliciosa mermelada burocrática.
Gallo cayó fácil en la estrategia Petro de no negociar con los partidos sino con los congresistas directamente y creyó que no sería visible ser juez y parte del gobierno. También porque coincidió que el presidente del Fondo Nacional del Ahorro era cuota del Partido Liberal. Ambas cosas, quizás como contraestrategia de César Gaviria y muy propia del liberalismo en el dejar hacer, dejar pasar. Esa es parte de la verdad formal.
Pero la verdad real es otra. Hay mucha hipocresía de lado y lado cuando se habla de recibir favores del Estado a cambio de cualquier clase de respaldos. En las pugnas por el poder lo más difícil (a veces imposible) es mantener la independencia, que no se debería perder por ejercer el derecho legítimo a participar o a opinar, como si se tratara de un delincuente o exconvicto que hubiere perdido sus derechos civiles.
Muchos congresistas, diputados y concejales tienen cuotas de poder y los hemos visto actuar con criterio, respeto e independencia para decir: no estoy de acuerdo y voto negativo. Distinto es que voluntariamente no quieran ser parte de gobierno.
No obstante, solo por haber ganado la curul deberían tener derecho a participar sin que eso implique compromiso diferente al de votar en conciencia los proyectos del gobierno y no amarrados a la disciplina para perros de los jefes de los partidos, que es lo más parecido al cacicazgo político.
La tal mermelada es solo un cambio de nombre del clientelismo político electoral que siempre ha dominado a la política en todas las latitudes. Como cuando Abraham Lincoln para lograr la abolición de la esclavitud entregó puestos a los congresistas que se negaban “por razones políticas”, y terminaron votando a favor de la histórica decisión.
La hipocresía de la tal mermelada se extiende incluso a casos de gobernantes que luego de haber derrotado a su contendor con sofismas y agravios, les dan gabelas, puestos y hasta les tapan algunas de sus miserias administrativas.
Lo malo del senador Gallo es que quiere manejar un doble estándar en su papel de político, de un lado ordeñando la vaca lechera del vecino, pero del otro lado, actuando como un ariete, como dijo Roy Barreras aquí en Pereira: “Saboteando la coalición de gobierno y metiendo palos en la rueda de las reformas sociales. Y eso tiene sus consecuencias”.
Algo similar está ocurriendo en Pereira, en donde también el derecho de opinión independiente pero respetuosa tiene sus “consecuencias”. Es un hecho que en Pereira hay veto y censura a periodistas independientes. en la seguridad de que nada de eso pasa sin el visto bueno o direccionamiento de los dueños del poder.
Hay que tener presente que Pereira le puso al poderoso senador Gallo 54 mil votos para su elección al Senado. Y lo que necesita la ciudad es que en lugar de esas cuotas clientelistas en el Fondo Nacional de Ahorro y otras gabelas, el senador Gallo debería poner sus indiscutidas habilidades al servicio de la ciudad gestionando ante el Gobierno los 110 mil millones de pesos para la PTAR que engavetaron desde octubre del año pasado como retaliación a sus pataletas políticas.
Aproveche senador Gallo ahora que el dólar está cayendo como guanábana madura pues fue una de las “razones” que MInVivienda alegó para ponerle freno de mano a nuestra PTAR.
Para su futuro político y para Pereira es un error que desde su posesión como senador se hay dedicado a patear el tablero político buscando protagonismo nacional pero arrastrando a la ciudad a quedarse sin recursos del orden nacional, entre otros, para proyectos ambientales tan sensibles como la Planta de Tratamiento de Aguas Residuales que Pereira está requiriendo con suma urgencia. Y otros que están en riesgo financiero.