Ni los EE.UU, ni la Gran Bretaña, ni Rusia, ni China, someten sus controversias a la corte de la Haya.
Es un hecho histórico que las grandes potencias solo deciden someterse a cortes internacionales cuando son derrotadas en una guerra; cono sucedió con Alemania, que aceptó esa jurisdicción después de Hitler.
Si tales potencias creyeran en esas soluciones correrían graves riesgos, entre otras razones porque_ siguiendo la tesis sentada por aquella corte contra Colombia en el sentido de que puede interpretar y hasta modificar los tratados internacionales celebrados por esta con varias naciones del Caribe_, México podría demandar compensaciones a USA por gran parte del territorio de los estados del llamado “sur”, incluyendo California que hoy es el más rico y poblado.
Y España podría exigir la entrega de Gibraltar, un lugar pegado a su costa cedido a Inglaterra mediante un tratado que puso fin a una guerra desafortunada.
La misma Alemania podría exigir la devolución de Prusia oriental y Rumania partes de Besarabia, territorios todos arrebatadas por Stalin al fin de la II guerra mundial.
Además, China, podría verse obligada a reconocer la independencia del Tíbet, país que invadió hace unas cuantas décadas.
Estos hechos demuestran, una vez más, la fragilidad del Derecho Internacional, que en realidad solo después de la II Guerra Mundial ha tenido algún respeto por parte de los grandes poderes internacionales.
Estamos todavía lejos, muy lejos, del ideal de los grandes juristas internacionales, como Jean Bodin o Hugo Grocio, que sentaron las bases de la teoría de la soberanía de los estados y trataron de fundar el derecho de las naciones no en el poderío militar sino en la buena fe internacional.
Quizás por ello el jurista alemán Rudolf Von Hiëring definió el derecho como un simple “interés”, aunque legalmente protegido.
Una visión carente de ciertas perspectivas éticas, pero aceptada por otros juristas como más ajustada a la realidad
precisamente debido a nuestra poca capacidad económica y militar, los colombianos nos apegamos a soluciones de derecho internacional.
Hasta se llegó a elaborar una bendita tesis, según la cual somos una ¡Potencia moral! Y tuvimos algunos éxitos: a fines del siglo XIX la reina de España falló a nuestro favor una controversia con Venezuela.
En los años treinta del siglo pasado conseguimos recuperar a Leticia, invadida por los peruanos. Nuestra fama de litigantes era tal que los vecinos desarrollaron ciertos prejuicios contra nosotros, por aquello de que seríamos inveterados leguleyos.
Pero, como sucede con esos abogados o cirujanos que llegan al mercado laboral ganando todos los pleitos o aliviando rápido a sus pacientes, algún día pierden un litigio o se les muere un paisano. Es la ley de las probabilidades. O si se quiere, la ley de la vida. Y esto cobija a los colombianos.
En términos de poder es irónico que hoy en día podríamos ser derrotados en las cortes cuando nuestro PIB es igual o mayor al de Argentina_ que se atrevió a desafiar a Inglaterra_, nuestro ejército posee unos 200.000 hombres, 180.000 la policía, 20.000 la marina y casi 12.000 la FAC.
Tenemos pues cerca de 500.000 hombres en armas, que jamás han disparado un tiro en defensa de nuestra integridad territorial… ¡Y quizás demasiados contra otros colombianos!