Preocupa la mala fama que los risaraldenses estamos ganando por casos de
feminicidio reportados por Medicina Legal, los cuales superan las cifras de otras
regiones del país.
Es todavía más inquietante si se tiene en cuenta que muchas mujeres no denuncian
esperando que la ropa sucia se lave en casa. Las cifras oficiales son importantes porque
son verdaderas, pero al igual que en otros casos como el de la inseguridad ciudadana,
una cosa es la verdad y otra muy distinta es la realidad. Hay que entenderlo.
Cuando leo y veo noticias sobre tipos que golpean, maltratan, hieren y van al extremo
de quitarle la vida a una mujer, siempre me pregunto: ¿Qué pasa por la cabeza de un
hombrecito cuando comete el delito de feminicidio?
Conozco el caso de un tipo que está en la cárcel por golpear repetidamente a su pareja
al punto de literalmente masacrarle el rostro y otras partes del cuerpo. Lo venía
haciendo de tiempo atrás hasta que enhorabuena la familia le hizo ver a ella que debía
tomar medidas porque el hombrecito la iba a matar.
Es una pena que un hombrecito tenga que ir a la cárcel para entender que la solución a
la relación tóxica con su pareja se agrava con la violencia de género. Hay medios
legales para lograrlo, siendo mejores los de la voluntad humana de buscar otro
horizonte, aunque duela. Para razones el tiempo. Cueste lo que cueste.
Uso la palabra hombrecito porque es la mejor manera de describir a alguien que no se
comporta como un verdadero hombre, como un caballero o como alguien que
entienda la diferencia con la pareja es tratarla como tal. Que comprenda la dimensión
de la palabra respeto y que, a una mujer, ni con el pétalo de una rosa.
Incluso si el agredido es él, siempre hay que entender que ella es un ser humano
autónomo y que para pelear se necesitan dos. Que en alguna parte debe estar oculta
la solución racional, blanda y suave, que es la que cuando todo pasa, nos hace sentir
humanos, demasiado humano.
La única vez en mi vida que le pegué a una mujer lo hice para castigar a mi hija mayor
cuando era una adolescente hace ya un cuarto de siglo. Mi testimonio si de algo sirve,
es que -aunque fue un solo “correazo”- en su momento, me pareció necesario. Pero
nunca olvido que me dolió más a mí, que a ella. Hoy utilizaría otras formas más
persuasivas e idóneas.
El maltrato femenino está más atrás en la historia, tal como lo relata el Joe Arroyo “en
los años 1.600 cuando el tirano mandó”. Desde esos tiempos la mujer no tuvo
derechos y su destino estaba en la cocina, tener hijos y obedecer al marido. A veces
me pregunto cómo hizo la negra Guadalupe Zapata en 1863 para aparecer en los
registros de la fundación de Pereira.
El feminicidio contemporáneo nos viene de la subcultura del machismo dominante
decimonónico y de la primera mitad del siglo XX cuando los hombres borrachos
llegaban a sus casas a darles a sus mujeres la pela del día. De niño recuerdo a los
vecinos gritando del otro lado de las paredes: “Dele duro pa` que aprenda”. Nunca lo
entendí.
No le pegue a la negra. Y si el lector tiene escondidos ímpetus machistas, agresivos con
su pareja o con cualquier mujer, no olvide que la fórmula del comportamiento correcto
de un verdadero hombre, sigue siendo la misma de todos los tiempos: ni con el pétalo
de una rosa.