LOS HÉROES DEL PUENTE ROTO

En una extraña ciudad de un extraño país un aciago día de abril en un parpadeo del tiempo y la desidia, se rompió un puente sobre un viejo río dejando un trágico saldo de vidas humanas perdidas y bienes materiales destrozados, además de consecuencias fatales y víctimas en el entorno del territorio.

Tras la tragedia, se desató la vorágine de ríos de tinta, fotos y videos. El espectro se invadió de ondas sonoras que alambraron una sinfonía de voces reflexivas, indignadas denuncias y la cascada de disculpas inanes gambeteando responsabilidades y obligaciones incumplidas.

El mismo día 12 del desastre, los indignados del semestre anterior y los responsables del naufragio, hicieron de lo que fue una funesta procrastinación administrativa y gerencial, un coro de aleluyas por el nuevo puente pavimentado sobre las sombras de la omisión y la indiferencia.

Fue una insólita y desalambrada inauguración sin minuto de silencio, que, a falta de orquesta y rumba, tuvo el encanto de retóricos discursos y espléndidas banderas tricolores que acicalaron la subliminal hazaña sin moños de luto por las vidas perdidas en el puente y en los pasos suicidas de la gran avenida de la extraña ciudad.

Queda probado que es más fácil construir un puente nuevo que hacer pronta y cumplida justicia, como ordenan la doctrina y la jurisprudencia.

No hubo ni habrá respuestas por las pérdidas humanas y materiales que con el paso de los días y las “exhaustivas investigaciones”, se tragará la manigua del olvido que siempre llega; y la justicia que, como el mesías, seguimos esperando en medio del crimen organizado y las infamias, el saqueo al erario y las violencias que no terminan.

Podemos ser tontos quienes creemos que el tiempo es una ficción de la mente. Puede ser, porque hasta para ser tontos hay tiempo.

Pero, es el mismo tiempo con el que la pluma cerebral de Guy Deboard en “La Sociedad del Espectáculo” en parte, desalambró la chispa intelectual a la espléndida y vigente revolución del pensamiento y la filosofía del ser en la París de mayo del 68.

Deboard, para no olvidar, nos advierte que “El espectáculo, como organización social establecida de la parálisis de la historia y de la memoria, del abandono de la historia erigido sobre la base del propio tiempo histórico, es la falsa conciencia del tiempo”.

El puente roto, las almas muertas, las familias para siempre y sin remedio adoloridas, los cadáveres de cosas sobre el viejo río y las decepciones de la sociedad burlada quedan consignadas en la verdad del tiempo y en la memoria de los testimonios orales, virtuales y escritos imborrables como avergonzadas cicatrices surgidas desde las entrañas de la ignominia.

Así son las historias de los efímeros y codiciosos héroes que creen que la extraña ciudad y el extraño país les estarán agradecidos todo el tiempo y por siempre les quedará debiendo.

Falsos apóstoles -como los llamaba el gran Hugo Ángel Jaramillo- convencidos de que, seis meses después de la inexplicada tragedia, todo pasa.

Y ahora creen que el nuevo puente sobre el viejo río es otra patente de corso para mandar en esa extraña ciudad de ese extraño país cuya sociedad, política e instituciones, ellos mismos dividen, manipulan y usufructúan a placer, para poder reinar y obtener el codiciado botín del poder y sus mieles.

Héroes, como tigres de papel cuyo espectáculo grosero e impropio sabrá recordarnos la verdadera conciencia del tiempo.