Lo malo de adherir espontáneamente a otra campaña en pleno vuelo hacia la recta final de unas elecciones a alcaldía o gobernación, es la pérdida de confianza y la opción fallida en una segunda oportunidad de alcanzar ese logro político.
En Pereira hemos visto buenos candidatos y candidatas que, persiguiendo su objetivo, algunos incluso con enormes gastos y esfuerzos recogiendo grandes cantidades de firmas, al final negociaron a cambio de una gerencia, una secretaría, o un contrato. O sea, adhesión con cargo al erario.
En casi toda adhesión queda el tufillo de negociación política con dinero de por medio, porque claro, desde que inicia, toda campaña implica cuantiosos gastos del día a día desde lo más elemental hasta lo más complejo.
Casi siempre los gastos de campaña son asumidos del bolsillo propio, excepto cuando se trata de candidatos financiados que, con propósitos de estrategia política, se postulan haciéndole el favor a un tercero.
Por ejemplo, para camuflar en cuerpo ajeno otra fuerza política, o para partir la votación. Es la verdad y hay que decirlo, porque en Risaralda han ocurrido esos mandados. Haciendo memoria se puede entender el papel de la financiación de las campañas políticas y la podredumbre hipotecaria de ciertas campañas.
En ese orden de ideas, esas volteretas generan desconfianza y amargo sabor a engaño electoral porque la gente no olvida, las redes no perdonan y los contendores siempre tienen buena memoria. En el mejor de los casos, toda adhesión en estas condiciones queda como un ahogado salvando el sombrero. O un boxeador tirando la toalla.
No solo se sienten birlados los electores, también quienes de buena fe, depositan su confianza en una causa y en trance de participación democrática aceptan ser integrantes de listas a concejos y asamblea departamental.
Por estos días me piden la grabación de mi programa Puntos de Vista, donde equis candidato prometía vigorosamente: “Voy hasta el final”.
Pienso que si hubiera segunda vuelta electoral en ciudades capitales como Pereira cuyo censo electoral pasa de los 200 mil electores, se oxigenaría muchísimo la democracia y el acuerdo político de la adhesión de segunda instancia sería más limpio e íntegro.
No me gusta la palabra transparencia. En política la transparencia es un disfraz barato. En política nadie muestra sus miserias y como gobierno, ninguno quisiera hablar de sus errores. Recuerdo a López Michelsen echándole la culpa a los mandos medios.
La historia política ha conocido casos de candidatos que tras su objetivo se han hecho moler hasta el final. Algunos resisten, incluso atravesando el desierto hasta que luego de varios intentos, ven la vencida. Otros mueren con la bandera en alto.
Es difícil formular un juicio de valor sobre una decisión de un candidato de adherir a otro que fue su contendor. No es fácil ponerle el pecho a la brisa.
No obstante -como cuando se pela una mandarina- queda un olor menos agradable que el sabor de la fruta. Eso lo sabe el propio adherente.
Buen escrito Luis, felicitaciones
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