¿QUIÉN NOS ENSEÑÓ A GANAR?

Hay ganadores que casi nunca pierden ya sea en política, en negocios o en el deporte. ¿Quién les enseñaría a ganar, por ejemplo, en los negocios a Ardilla Lulle o a Sarmiento Angulo; o en la política a César Gaviria y a Patiño Amariles?

Por el momento ocupémonos solamente de nuestros 88 deportistas (tres de ellos de Risaralda) que representaron a Colombia en los Juegos Olímpicos de París, ganadores de tres medallas de plata, una de bronce y una docena de diplomas olímpicos objeto de injustas y perversas críticas en las redes sociales.

En la historia hubo deportistas que nos enseñaron a ganar. En recientes olimpíadas, la atleta Catherine Ibargüen, el pesista Oscar Figueroa y la ciclista Mariana Pajón entre otros, nos acostumbraron a ganar. Pero los de estos olímpicos de París, nos envían una señal inequívoca de aprender el respeto y el reconocimiento porque a la par de las medallas, el otro premio, es el esfuerzo.

Los menores de 50 años de edad tienen dificultades para entender que Colombia en torneos mundiales fue siempre un país perdedor. Cualquier chispazo exitoso como el empate a cuatro goles frente a la Unión Soviética en la Copa Mundo de Fútbol en Chile en el año 62, fue alegría que duró mientras fuimos eliminados en el siguiente partido.

En Risaralda nos enseñaron a ser ganadores el gran Rubén Darío Gómez, hoy en la ruta ciclística del olvido; y el atleta Hernán Barreneche, derrotado por nuestra incapacidad de recuperar la pista atlética del estadio Hernán Ramírez Villegas o de hacer un estadio de atletismo.

En Colombia, dos deportistas nos enseñaron a ser grandes ganadores: En 1970 en México, el ciclista Martín “Cochise” Rodríguez fue campeón mundial de la hora y en 1971 en Varese Italia campeón mundial de los 4.000 mil metros persecución individual frente al suizo Josef Fuchs. Ellos abrieron la puerta del sí se puede.

Y en 1972 Antonio Cervantes “Kid Pambelé”, único boxeador colombiano en el Hall de la Fama defendiendo el título en 16 peleas internacionales invictas.

Si “Cochise” y “Pambelé” nos enseñaron a ganar, estoy seguro de que ningún deportista nos ha enseñado a perder. Casi todos vienen de abajo y todos quieren ganar y se preparan para ello independiente de si el apoyo es suficiente o no.

“Cochise” era en Medellín un domicilio de farmacia en bicicleta. Hoy, a sus ochenta y pico de años es una celebridad y un emblema deportivo.

“Pambelé” era un palenquero que se abrió paso a fuerza de disciplina en el cuadrilátero. En el juego de la vida, fue un perdedor; pero como deportista, la historia lo marcó como un símbolo ganador.

Y esto va para quienes sin pudor alguno se atreven a juzgar a los deportistas colombianos que participaron en los Juegos Olímpicos de París, evento en el que la sola clasificación va más allá del honor, porque se ganaron un derecho que pocos logran.

Si Colombia logró una docena de diplomas olímpicos que algunos pretenden ridiculizar e incluso menospreciar, olvidan esos críticos que es un mérito logrado con esfuerzos y sacrificios que pocos de ellos serían capaces siquiera de lanzarse de un trampolín o ponerse los guantes para recibir trompadas.

Esto lo digo porque como risaraldenses tenemos el deber de expresar gratitud a los deportistas que nos representaron en París. Y por el respeto que nos deben merecer las historias de vida que hay detrás del espíritu de superación que ellos significan como ejemplo a seguir.

Nos llenan de orgullo y enorme satisfacción los diplomas del clavadista Luis Felipe Uribe, sexto en la gran final con los doce mejores del planeta, entre ellos, clavadistas de China formados en las más competitivas escuelas de clavados del mundo; y de Jenny Marcela Arias, nuestra boxeadora de Guática calificada injustamente por los jueces que dieron ganadora a una contendora que estuvo todo el tiempo a la defensiva.

Marcela Restrepo se formó en el fútbol femenino de Dosquebradas y tras recibir una oferta del Valle del Cauca se fue a vivir a Cali. En París, Marcela tuvo un brillante desempeño en la Selección Colombia. Otra vez se evidenció que tenemos mujeres con brillo propio y en sentido contrario opacos dirigentes incapaces de darle al fútbol femenino el valor que tiene. Bravo por Marcela y su diploma olímpico.

Y bravo por la Gobernación de Risaralda y la Asamblea Departamental que esta semana rendirán merecidos tributos de admiración y reconocimiento a nuestros deportistas que con brillo propio nos representaron en los Juegos Olímpicos, cita a la que muchos quieren ir y muy pocos pueden estar y competir.