¿Cambio climático sin agua? Fue a mediados del año pasado que, en entrevista el director de Carder, Julio César Gómez, dijo: “Le tengo pavor a las consecuencias del Fenómeno del Niño”.
Y fue este fin de semana que viendo en las pantallas de TV y redes sociales voraces e infernales incendios forestales y embalses cada vez más secos, me pregunté: ¿Estamos preparados para garantizar el suministro de agua potable? ¿Estamos en mora de prohibir terminantemente el acceso de personas a la cuenca alta del río Otún de la bocatoma hacia arriba? ¿Vamos a esperar a los pirómanos y colonizadores de tierra?
Un verano extremo agotaría la bondad del río Otún y el racionamiento sería inevitable, pero sería más calamitoso si no protegiéramos la cuenca de eventuales y criminales incendios forestales. El Municipio tiene en cabeza de Aguas y Aguas el inestimable patrimonio de 36 mil hectáreas de bosque en la cuenca alta, peligrosamente apetecidas por turistas y tradicionales paseos de olla para aliviar el agobiante calor.
Aguas & Aguas construyó en la gerencia de Diego Barragán la moderna planta de tratamiento de agua Nueva Aurora asegurando el mejoramiento y abastecimiento del servicio, pero ¿será suficiente si el verano avanza y se agudiza? ¿Y de los 53 acueductos rurales que no están cubiertos por Aguas & Aguas, qué?
Es un acto de responsabilidad ambiental de alcaldes y autoridades pertinentes suspender temporalmente el acceso de público a la cuenca y en general al Parque Nacional de Los Nevados.
Tengo historias con el suministro de agua a los pereiranos cuando sobra el agua. Han sido grandes las tragedias cuando el río Otún registra avalanchas. Como aquella madrugada del 13 de octubre de 1979 cuando con docenas de víctimas, borró del mapa el barrio Risaralda.
Y cuando falta el agua. Como cuando sufrimos once días sin agua en la Pereira de julio de 1986 a raíz del derrumbe del canal de la bocatoma a la planta de tratamiento. El entonces alcalde Gustavo Orozco Restrepo expidió el mismo día un decreto declarando la emergencia sanitaria en toda la ciudad. Restaurantes y cafeterías cerraron puertas.
Las nuevas generaciones deberían saber que, en ese verano del 86, los pereiranos pusimos a prueba el civismo, la solidaridad y nuestros estómagos al preparar alimentos con agua de los manantiales y del Lago Uribe.
Hace poco, en el sector donde vivo fue suspendido el servicio de acueducto y al cepillarme los dientes no había una gota de agua. Recordé que en la mesa de noche tenía medio vaso de agua que sobró al tomar una medicina. La vida sin agua es un infierno, me dije.
Proteger y prevenir desastres ambientales que agraven una sequía, es una premisa que no admite discusión y exige acción.