Medio dormido y de reojo Pancho vio a Chita salir del confinamiento del Bioparque Ukumarí.
Con la calurosa noche del domingo pensó que sería bueno salir a caminar con Chita y tomarse un aire fresco, pero se dijo -después de tantos años juntos, estar solos por un rato, cae bien-
De repente oyó gritos y la detonación de un arma de fuego. Sintió agitación. Pensó en Chita, salió en su búsqueda y pronto se encontró en el vecino parque recreativo Consotá. Ignoraba que horas antes, Chita había sido víctima de mortíferos balazos.
Sintió la presencia de humanos y pensó que también Chita tenía nostalgias de sus días de circo y adiestradores que les daban golosinas a cambio de maromas y trucos inteligentes que hacían reír a los niños.
Recordó que Chita era una linda chica de 30 años de edad y él ya tenía 50 años de andar en circos y jaulas del antiguo Zoológico Matecaña donde eran los consentidos de los veterinarios y cuidadores que desde ocho años atrás comenzaron a ser despedidos del Ukumarí.
Al principio, cuando los juntaron, Pancho fue agresivo con Chita. Luego se enamoró porque más que su hembra, era su compañera de vida. Se hizo el propósito de ser una pareja comprensiva. Y fue así como aquella noche buscándola, se sentó a un lado de la rotonda del Consotá a pensar en Chita. A sus espaldas, desde una cabaña una familia le hacía un video. Ahora todos hacen videos, se dijo.
Sentado recordó la vez que delante de Chita una pareja de enamorados en el Parque Ukumarí luego de un apasionado beso, el hombre aumentó el volumen del celular y le dijo a la mujer: -Te la dedico-. Era la canción Tú sin mí.
Con la mirada traviesa e inteligente de siempre, Pancho flechó a Chita y con un chillido simiesco le dijo: -Yo también te la dedico, en especial ese pedacito que dice-: Y ahora estás tú sin mí y que hago con mi amor/ el que era para ti y con toda la ilusión/ de que un día tú fueras para mí, solamente para mí, oh para mí/
Pancho se llenó de sentimientos, se levantó, retomó el andar tranquilo por el pavimento del Parque Consotá. Confiaba que por ahí estaría su amorcito y que, como todos los animales y también los humanos, mientras no se sientan agredidos, no habrá problemas. -Nunca agredí a un humano- pensó.
Salió en búsqueda de su amada Chita. Caminó 150 metros parque adentro. Escuchó el ruido de un carro. Quiso correr, pero supuso que podían tener a Chita. De pronto, un fuerte grito de guerra y violencia rasgó el silencio y la paz de la familiar noche dominical: ¡Quítenseee!¡Voy a disparar!
Supo que no era un dardo sedante. Sintió el final y quiso que su último pensamiento fuera para Chita. Con la mirada perdida, encontró su último suspiro de amor hacia su compañera de vida… y muerte.
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