OJO CON LAS ENCUESTAS ELECTORALES

En el agitado mundillo de la política electoral se suele decir que, para una encuesta, otra encuesta.  

Y con la misma vara dialéctica se argumenta que la credibilidad de una encuesta electoral depende de quien la haga y de quien la mande a hacer. Inútilmente se ha insistido que el Congreso de la República legisle sobre las encuestas.

En ciertos círculos de Pereira se habla de un político que hizo amistad con un encuestador nacional de cierto prestigio. Le contrató una encuesta a través de un tercero y al conocer la metodología de cuadra por manzana, se fue a hacer volanteo y visitas a los barrios donde se iba a hacer el trabajo de campo. Claro que la ganó.

En un mundo cada vez más informado y también más desconfiado y descreído, hay dos clases de tontos: los que hacen las encuestas chimbas y los que las creen. Y esto último ocurre porque como decía mi padre: primero se acaba la aguamasa y después se acaban los marranos. 

Un análisis serio de las encuestas no debe pretender deslegitimarlas porque son útiles para conocer las tendencias que para los políticos son señales para definir estrategias.

Las encuestas son parte de la compleja ciencia de la estadística y su principal aporte a la política son las tendencias.  

Pero con las encuestas políticas sucede lo mismo que con la ciencia. Hay científicos rigurosos que hacen sus investigaciones y publican en medios especializados; y hay charlatanes embaucadores que propagan sus encuestas en el mercado electoral con el único propósito de mover las emociones.

Lo que a veces resulta muy efectivo y por eso lo hacen. Además, porque hay electores que solo quieren ganar y votan por el que creen que va a ganar y no por el que sea mejor candidato. Ahí las encuestas, el voz a voz y la publicidad son claves. Hay que reconocerlo.

Y como bien dice Edward De Bono, la percepción es diferente de la razón y de la lógica. De allí que uno de los argumentos de los estudiosos de las estadísticas señale que un 30% de los electores decide su voto camino de la urna. En una democracia limpia, lo ideal es que ir a las urnas debería ser algo tan personal como ir al baño.

Por estos días veo a mucha gente confundida e incluso perturbada con la proliferación y resultados de encuestas a alcaldías y gobernación, confirmándose la eterna tesis de que la política electoral tiene una elevada dosis de peligrosa heroína emocional.

La gente suele olvidar que la historia registra numerosos procesos electorales en que los grandes perdedores han sido las encuestas. No solo en Colombia. En los Estados Unidos, cuna de los magos del marketing político -desde los tiempos de Joseph Napolitano hasta nuestros días- se han registrado grandes descalabros de los encuestadores.

A propósito, porque al momento de ser preguntadas personal o telefónicamente, hay encuestados que mienten o no son sinceros con los encuestadores.

La otra incertidumbre de las encuestas es la que surge de la decisión del elector de cambiar su decisión de voto a última hora. Un amigo me contó una historia personal de inicio de los años 90 cuando en su hogar cantó el voto por equis candidato y fue a votar acompañado por su hija de ocho años de edad. Cuando llegó a casa le dijo a la mamá: mi papá votó por otro señor.

Sin que sea determinante, al momento de conocer una encuesta, además de leer y analizar la ficha técnica, lo más importante es entender que en todas las encuestas políticas lo que se miden es la percepción del posible elector.

Pero lo peor de ver una encuesta es sentirse manipulado y es ahí donde dependiendo de la cultura política del elector, de su convicción y su conciencia, o se come el cuento, o cambia su decisión.

Mi experiencia periodística es que, en cualquier caso, de unas elecciones resultan dos lugares comunes: la incertidumbre antes y la frustración después.