Por estos días de calor en el ambiente político e institucional de Pereira, se escuchan
voces de inconformidad y preocupación por las cosas poco o nada aceptables que
ocurren en la ciudad.
No es solo por la proximidad de las elecciones regionales. Tampoco exclusivamente
por la falta de autoridad y desgobierno que se percibe en Pereira registrados en detalle
en la Encuesta Pereira Cómo Vamos. Es porque de tiempo atrás, hay un evidente clima
de incertidumbre por el futuro de la ciudad.
Desde el poder político, la delincuencia común y el crimen organizado se afectan la
tranquilidad y el bienestar de las comunidades, producto de la acción dañina de unos
pocos contra las mayorías inermes.
Se explica en la dinámica política y social a través de los tiempos, desde la esclavitud
hasta el feudalismo pasando por la discriminación racial, la codicia criminal, la
explotación económica y el delito en todas sus formas. Surge de allí la sentencia de
Martin Luther King el llamado al principio de solidaridad humana: “Peor que la maldad
de los malos, es la indiferencia de los buenos”.
Traigo al caso el pesimismo cuasi derrotado de un buen amigo que se queja del
“importaculismo” sentado en el trono de la ciudad.
Y en la búsqueda de la esperanza, le dije que en Pereira quedan personas
promoviendo colectivos de opinión y análisis, y tanques de pensamiento en el sano
ejercicio de esa ciudadanía activa que tanta falta hace en cualquier sociedad.
Que aún quedan pereiranos ocupando espacios para atajar el declive moral e
institucional auspiciado en gran medida por algunos políticos que en Bogotá ofician
como estadistas y en la región como gamonales.
Los hechos son palmarios. En el ámbito político hay mujeres y hombres aspirantes a la
alcaldía que con sacrificio y agotador esfuerzo -en desigual competencia- trabajan con
el propósito superior de cambiar el arrogante rumbo que hacia ninguna parte llevan
hoy a Pereira, porque ni siquiera tenemos planeación de mediano y largo plazo.
Y en el empresariado local quedan liderazgos preocupados por la ola delicuencial, el
egocentrismo gremial y el malsano cacicazgo político que están llegando al extremo
amenazante de coartar la libertad de ser y hacer.
En Pereira aún queda sentido de pertenencia por sus instituciones. Que, si hay
“importaculismo”, es más fuerte la resiliencia que invita a generar confianza y
credibilidad institucional al servicio de la ciudad y no al servicio de nefastos intereses
personales o de grupúsculos.
La historia ha demostrado que, a la hora de reaccionar contra la maldad de los malos,
la fortaleza colectiva y la solidaridad de los buenos, nunca han sido inferiores a sus
responsabilidades políticas y sociales.