EL SILENCIO DE LOS PAÑUELOS DE ARAFAT

​Dice un viejo proverbio chino: ayer le di una gran alegría a mi perro, le azoté y después dejé de golpearlo.

La prioridad absoluta, la máxima ayuda que se le podía ofrecer al pueblo que había puesto más de 60.00 víctimas mortales, en la guerra que había cobrado la terrible intensidad después de la masacre de hace dos años perpetrada por los soldados de Hamás, era la de parar los bombardeos, suspender los misiles que se disparaban a diario de lado y lado, que se iniciara la reconstrucción, permitir a los refugiados regresar a sus lares, eso es lo humanitario, la gran alegría para las víctimas, mucho más que enrolarse con Petro para pelear, para matar y, definitivamente, algo que supera con creces a los alimentos o medicinas, los que los manifestantes ni aportaron dinero para comprarlos, ni medios para trasportarlos y menos de mecanismos para distribuirlos.

​La larga fila de refugiados regresando a su tierra, los secuestrados liberados, los mártires que dejaban de serlo, los hospitales y escuelas y casas donde servían de escudos humanos, las sirenas de la muerte silenciadas se lograron, primero por la acción del pueblo palestino que se rebeló contra los guerreristas que se negaban a suspender las hostilidades, por la acción de quienes estaban del lado de la vida y no de la violencia, porque al fin Hamás entendió que los suyos habían llegado al límite del sufrimiento y que estaba en sus manos la solución radical.

​Se está firmando en Egipto, país que también había cerrado sus fronteras a los violentos, no la paz, la que quienes quieren borrar de la faz de la tierra a los combatientes que disparan, de uno y otro lado, son su razón de existir; lo que se ha acordado, el cese de hostilidades, el regreso de los secuestrados, el intercambio de combatientes, el fin de las muertes y del hambre, de las heridas, del sufrimiento, no recibe los desfiles de alegría, no recibe una nota de los propagandistas políticos que han adoptado la bandera del odio para eso, para incrementar la confrontación.

​Qué raro, al silencio de los misiles, habrá que agregar el de los manifestantes en las calles de Europa y de América, que no celebran la vida, parece que se lamentan porque ya no hay una guerra, por el contrario siguen atacando y no salvando, esto, que es claro en el caso de los militantes políticos que atizan la hoguera, es algo que requiere otra mirada en los millones en quienes se logró despertar el peor de los sentimientos humanos, el odio, ese que es el antecedente de la guerra, de la brutalidad de las torturas, de las utilización de todas las formas de lucha.

​No hay guerras civilizadas, no hay bombas inocentes, no hay misiles que curan heridas, no hay ni balas ni puñales solidarios, por el contrario hay venganza, hay crueldad que despierta el rechazo de unos y sirve de bandera a otros; un niño herido, un huérfano que mira con desespero el féretro de su padre inmolado sin entender la razón por la cual le han privado de la protección del amor de su progenitor, ese que es el doloroso drama que viven tantos de los nuestros en los pueblos, en las calles, en las funerarias, no tienen una pañoleta de las de Arafat, ni la bandera de la muerte portada con ingenuidad e impulsada por sentimientos humanitarios en Colombia, donde nuestro gobernante, el guerrerista, quien ofrece en su discurso vestir el uniforme y portar la ametralladora y sin intención de cumplir y por el contrario si de hacerse propaganda, de mostrarse del lado de sus nuevos aliados, los jeques y ayatolas, a lo que agrega criticar a la premiada por su lucha por la libertad, por la paz para un pueblo oprimido, y así ponerse del lado del criminal Maduro, del Cartel de los Soles .

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Juan Guillermo Ángel Mejía es ingeniero industrial de la Universidad Tecnológica de Pereira. Exalcalde de Pereira y exsenador de la República. Es un pereirano de todas las horas y columnista de GQ Tu Canal

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