ENTRE CABLES Y QUEBRADAS: UNA LLAMADA URGENTE POR LA EFICIENCIA CON SENTIDO PEREIRANO

Con el recorrido histórico del concepto de eficiencia energética, se hace necesario traducirlo a la realidad concreta de Pereira.

Este término, que comenzó a tomar forma en el siglo XVIII con estudios pioneros como los de John Smeaton sobre el rendimiento de las ruedas hidráulicas y que luego fue consolidado por la termodinámica del siglo XIX al definir la eficiencia como la relación entre energía
útil y energía total, hoy debe aterrizar en nuestras dinámicas territoriales.

Pereira atraviesa un crecimiento demográfico acelerado que impone una presión silenciosa pero constante sobre sus
afluentes hídricos. La disminución de caudales, sumada a una demanda energética creciente, revela la conexión profunda entre agua y electricidad.

Lo que alguna vez fue una discusión técnica ahora se convierte en un reto social y ambiental urgente para la ciudad.

Esta tensión no conoce clases sociales, aunque se manifiesta de formas distintas. En los barrios populares, las pérdidas en las redes eléctricas se observan tanto en los informes técnicos de los operadores como en la vida misma de quienes, en medio de necesidades económicas, se conectan de forma ilegal arriesgando su integridad.

Mientras tanto, en sectores privilegiados, el consumo inconsciente de energía se mantiene elevado. Electrodomésticos en funcionamiento constante, iluminación innecesaria y climatización sin medida aumentan la carga sobre el sistema eléctrico.

En ambos casos, lo que subyace es una relación poco consciente con la energía, distante de la eficiencia y ajena al equilibrio.

No es casual que en 1987, la entonces primera ministra noruega Gro Harlem Brundtland liderara la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo y propusiera una idea revolucionaria: el desarrollo sostenible, entendido como aquel que permite satisfacer las necesidades presentes sin comprometer las de las futuras generaciones.

Esa visión global encontró eco precisamente en la eficiencia energética, pues utilizar menos recursos para obtener los mismos beneficios se convirtió
en una acción concreta hacia la sostenibilidad.

En ciudades como Pereira, ese principio adquiere una urgencia tangible. La eficiencia energética no puede seguir siendo un discurso reservado a foros especializados, debe convertirse en una práctica cotidiana, apropiada por todos los sectores sociales como herramienta de equidad, resiliencia y cuidado territorial.

El desafío está claramente delineado. Pereira, reconocida por su tradición cívica y su capacidad de movilización ciudadana, tiene hoy una nueva revolución por emprender, no en las plazas sino en los hábitos.

Universidades, entidades públicas, empresas y comunidades deben aliarse para que el uso responsable del agua y la energía sea más que una meta institucional, sea una cultura común.

Integrar los aprendizajes del pasado con la acción presente es asegurarle a la ciudad un futuro sostenible. Porque hacer de la eficiencia energética una costumbre compartida no es simplemente ahorrar; es proteger lo esencial, la vida que fluye entre nuestros cables y nuestras quebradas.