En la antigüedad de Grecia y Roma, de guerra en guerra -como siempre andamos- al portador de noticias que a una de las partes no le agradaban, se ordenaba matar al mensajero.
En los tiempos que vivimos, los periodistas y los medios de comunicación somos coto de caza de quienes todavía se creen el cuento de que somos el cuarto poder. A estos los invito a leer a Dante Palma y su obra “Quinto Poder, el ocaso del periodismo”. Podrán distinguir entre periodismo corporativo y periodismo independiente, sin que pierdan de vista que los periodistas independientes también tenemos familia que sostener y empleados que pagar, pero no somos “perrito de taxista”.
Lo que realmente el filósofo Palma concluye es que para los públicos, el verdadero valor intrínseco y reconocido del periodismo y el periodista son la confianza y la credibilidad.
Dicen que no hay nada perfecto. Pienso que la perfección sí existe porque cuando pelo una mandarina, quiebro un huevo o veo la maravillosa naturaleza del coco que hasta trae roto para sacarle el agua, no dejo de admirar la perfección total de las envolturas que protegen el contenido de los frutos de la madre tierra, más perfecta que nosotros todos.
Incluso el diseño de los animales me parece perfecto. Whitman -quien sentía fascinación observando los animales- no dice en sus poemas que los animales son tan perfectos que no hablan, ni tienen segundas intenciones, pero sospechan que pueden ser agredidos. De allí que, pienso también, que la imperfección humana es la excepción a la regla perfecta.
Somos imperfectos y bastante. Y lo que más hace visible esa imperfección es la intolerancia, la pasión desmedida por una idea obsesiva de tener la razón; o creer que la lógica lo explica todo. El periodismo no escapa al silogismo razón, lógica y percepción.
Hasta el juicio a los medios y a los periodistas, ha llegado la polarización de nuestra sociedad. Hasta el “Yo tengo razón, tú estás equivocado”, como plantea Edward De Bono en su obra en la que demuestra que la percepción es más poderosa, pero que, como toda moneda, tiene dos formas de verla dependiendo del lado que la veas.
Es por ello que los contextos periodísticos son la clave y la forma para entender las discusiones. Y en los contextos de la información y la opinión uno aprende que una publicación puede gustar o disgustar a ciertos públicos, pero que lo realmente importante es escuchar a las dos partes.
En este punto me detengo para decir que, en casos como de los intensos e interesantes debates de la rectoría de la UTP, de la IP Conexión Centro, de Autopistas del Café, de Avenida Los Colibríes, de Vías del Samán, en mi empresa GarcíaQuiroga Comunicaciones (GQ Tu Canal) hemos escuchado los testimonios y opiniones de las dos partes, tal como se puede verificar en nuestras cuentas de YouTube, Facebook y el portal www.gqtucanal.com
Lo digo porque en el colectivo social, suele ocurrir que al final, con frecuencia, vemos que el peso de los prejuicios fue superior a nuestra inteligencia y no pocas veces a nuestra osadía para descalificar e incluso estigmatizar, ofender y dañar la reputación de quien creemos que habían obrado de mala fe, contra Derecho, contra moral, contra la ética.
Los periodistas, excepto por nuestras opiniones cuando las tenemos, somos víctimas de esos prejuicios. Incluso víctimas de la mediocridad o celos de quienes cuando no tienen nada que decir, se ocupan del trabajo de sus colegas, olvidando que la envidia es un veneno que mata al que lo sirve.
Disculpan que lo diga en primera persona, pero debo hacerlo: en 50 años de ejercicio periodístico, ningún colega periodista puede decir que fue objeto de mis opiniones o comentarios por la forma como hizo su trabajo. Pienso que no es válido matarnos entre mensajeros.
Un viejo aforismo del periodismo inglés enseña que “La información es sagrada y la opinión es libre”. Por supuesto, debe ser respetuosa y responsable. Cada quien sabrá qué sitio quiere ocupar en la sociedad en la que resolvimos ejercer el noble oficio del que habló Camus.
Pereira en particular vive varios temas que son objeto de controversia y debate que requieren altura porque nada útil nos va a traer el fogoneo de la polarización, los desencuentros institucionales y personales y la guerrita de egos.
Y allí, hasta nuestro último aliento, estaremos como siempre, atentos a los destinos de nuestra ciudad y nuestra región: la razón de ser de nuestro periodismo.
Ese es el mensaje del mensajero con propósito.